La escuela, la igualdad y la diversidad: Aportes para repensar hacia dónde va la escuela media

Publicado en por pmie.over-blog.es

 Invitamos a los equipos de conducción y a la comunidad docente en general a leer este documento y explicitar las reflexiones que estimen pertinente. Esperamos sus comentarios.

 

Por Inés Dussel

 

 

 

Desde “Pigmalión en la escuela” (Rosenthal, 1963) hasta “Frankenstein educador” (Meirieu, 1998), mucho se ha escrito sobre la importancia de las expectativas de los docentes sobre sus alumnos.  No nos interesa cargar las tintas sobre los profesores que expresan lo que muchos otros callan: la sociedad no espera nada de estos adolescentes, y ellos a su vez no esperan nada de la escuela. Pero quizás es necesario volver a ponerlo en el tapete para reflexionar en qué medida la escuela hoy puede cumplir con el mandato igualador que sigue siendo uno de sus pilares.

Veamos por ejemplo lo que manifiesta otra profesora:

 

“(Mis alumnos) en conjunto están disminuidos por el entorno cultural que nos rodea... Siguen siendo los "cabecitas de miércoles que vienen desde el interior (...) Estos son auténticos. Son crotitos, pero nobles. Hay que pulirlos. El entorno familiar no es bueno. Falla el entorno familiar.” (AT, 60 años,

Maestra normal y profesora secundaria en escuela estatal polimodal sectores medios Conurbano bonaerense)

 

Aunque sean “crotitos” y haya que “pulirlos”, esta misma docente manifiesta su dolor frente a lo que percibe es una afirmación de la injusticia:

 

"Ahora la aspiración es otra. Quisiera mínimamente poder transmitirle a los chicos todas estas cosas buenas que a mí me dejó la escuela., que tienen poco y nada que ver con los contenidos de la materia pero que hacen a su evolución como personas. Es más, me enoja esa frase que te dicen 'Y bueno, si para limpiar baños en un Mc

 

 

1 Las opiniones están tomadas de la tesis de maestría de Marcela Nicolazzo (2005).


 

La educación, entre la asistencia, la piedad y la justicia

 

Habilitar otros sentidos y prácticas sobre la diversidad en la escuela parece urgente y necesario en el marco de un sistema educativo que evidencia el impacto de la crisis de los últimos años, y de una escuela media que evidencia esa crisis como ningún otro nivel. A diferencia de otras épocas, en que hablar de política o de economía no estaba bien visto, hoy en las escuelas la realidad irrumpe todo el tiempo, y no hay más fronteras claras y definidas sobre lo escolar y lo no escolar. El declive de las instituciones con programas institucionales fuertes (Dubet, 2003) hace que cobren importancia las dinámicas particulares, los afectos y las personalidades de quienes las habitan. Hace poco, en una escuela en el conurbano bonaerense una docente señalaba cómo un alumno le contaba que había participado en un secuestro express; lo que más llama la atención, en la Argentina de hoy, no es que un alumno regular participe de actividades delictivas, sino más bien que las cuente abiertamente frente a la clase sin temor a ser sancionado aunque sea moralmente. Este adolescente, ¿buscaba un aliado o alguien que le ponga un límite? No está claro, pero lo cierto es que la escuela sigue siendo una de las pocas instituciones estatales que, aunque débil, sigue en pie, que está obligada a escuchar dolores, padecimientos y demandas de una manera mucho más abierta que otras instituciones, y que tiene que navegar en esas turbulencias.

Decimos que la escuela está obligada a escuchar porque incluir y asistir son los verbos con los que se conjuga la atención a la diversidad en el país de la post-crisis.

Los “diversos”, los pobres, los excluidos, deben ser asistidos y contenidos antes que la fractura social se agrande. La escucha, la contención social, la atención alimentaria, sanitaria y social de los marginados, son las enormes demandas que se ponen sobre una escuela ya bastante maltrecha en sus recursos materiales y simbólicos. Algunas veces desde los discursos de la seguridad ciudadana (construir escuelas para evitar que estos chicos se transformen en delincuentes) y otras veces desde discursos que les reconocen derechos ciudadanos igualitarios, los docentes se ven compelidos a hacer algo con estos chicos, algo que la sociedad no ha resuelto en la medida en que no ofrece a las nuevas generaciones una perspectiva de futuro de pleno derecho, pero que pretende que las escuelas resuelvan por sí mismas.

 

Evidentemente, éste no es un problema meramente educativo o que vaya a resolverse solamente con una pedagogía más inclusiva. Pero queremos resaltar que, en tanto, no da lo mismo una acción pedagógica que otra: funda un horizonte diferente, un espacio público, una política. Una escuela media en una villa urbana, ante reiterados episodios de abuso policial a los adolescentes del colegio, se propuso realizar reuniones periódicas entre las madres activistas y los comisarios de la zona para promover más protección para los alumnos. También reorganizó la enseñanza de la formación ética y ciudadana alrededor de la idea de sujetos de derecho y derechos vulnerados. La generación de espacios de diálogo y de aprendizaje conducidos desde la escuela es una ampliación interesante de qué se entiende hoy por cuidar, asistir y enseñar.

 

Pero otras escuelas y docentes no tienen necesariamente estas estrategias o actores a mano. Una de las preguntas que nos aparece últimamente es qué escuchan los docentes “obligados a escuchar” –valga la redundancia- el dolor y la injusticia:

¿escuchan una historia? ¿escuchan un destino? ¿Qué significa incluir al otro, con todo lo que trae? Más aún, nos preguntamos: ¿qué necesitan saber hoy los docentes para educar de otra manera?

¿Necesitan saber todo sobre la historia de sus alumnos, o más bien necesitan saber que pueden educar? Algunos docentes nos manifestaban hace poco: “prefiero no saber tanto de mis alumnos. Prefiero no enterarme, si no, no puedo trabajar.” Escuchar, en estos casos, es confirmar un diagnóstico sociológico ya determinado: un estigma. Es preferible no escuchar, pero también en ese caso tampoco parece

haber lugar para conmoverse, para algún encuentro con el otro. Otros docentes, con trescientos alumnos por semana, literalmente ni saben a quién tienen enfrente, y, casi anestesiados frente al sufrimiento ajeno, perciben a sus alumnos como amenaza o como enemigos. Es aquí donde la frase de Sarlo sobre la impiedad vuelve a cobrar sentido: por un lado, la impiedad del desamparo, de los alumnos que portan historias duras y terribles pero también de los docentes que no saben qué hacer con ellas, muchas veces igualados en el desamparo; pero por otro lado, frente a tanta impiedad, también surge la

tentación de ser piadosos, y de vincularse a los alumnos desde una piedad que sólo los ve como víctimas, nunca como  iguales. Hace poco, el sociólogo Richard Sennett publicó un libro en el que habla del respeto y la dignidad en las sociedades desiguales; allí señala que la piedad por los pobres conlleva en general un fondo de desprecio, y que sustituye a la justicia (Sennett, 2003: 146 y ss.). Quizás es la pregunta por la justicia la que está faltando en el debate sobre la diversidad en la educación. Esta es una pregunta política y ética que atraviesa al conjunto de la organización escolar y al curriculum, que no se resuelve en el espacio de la “educación para los pobres” sino que exige que nos replanteemos el horizonte de igualdad ciudadana que estamos proponiendo a las nuevas generaciones, e involucra al sistema en su conjunto. No despreciar al diferente, al diverso, significa confiar en que puede ser educado, antes que dé prueba de ello. Significa apostar a que el conocimiento y la experiencia escolar lo pondrán en contacto con otros mundos que enriquecerán el propio, y al hacerlo, enriquecerán también el mundo en común.

Creemos que habrá que rescribir lo mejor de la tradición sarmientina de educación del ciudadano, que como vimos todavía sigue presente en el ethos igualitario de muchos docentes, en sus sentimientos de bronca, impotencia e injusticia, pero esta vez buscando una verdadera re-forma del sistema educativo, esto es, volver a darle forma al sistema escolar, repensando la idea de igualdad homogénea e incorporando forma de igualdad más complejas, dinámicas y plurales. En ese camino, será importante desarrollar nuevas sensibilidades y disposiciones para volver a instalar a la igualdad y la justicia en el centro del debate educativo, renovando el compromiso ético y político con una sociedad más democrática y más justa, y también más plural, que valore el aporte original que cada uno quiera hacerle.


 

 

 

 


 

 

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